A veces, el miedo al vacío representa nuestro interior, y se refleja en todo a nuestro alrededor.
Yo era la persona más acumuladora que te puedas imaginar. Pero tiene una explicación simple: por mucho tiempo tuve muy poco dinero. Y cuando tenía algo de dinero, compraba la mayor cantidad de cosas que podía. No importaba si me gustaban, no importaba si las necesitaba: si estaban baratas, las compraba.
Y si alguien desocupaba algo y me lo regalaba, a mí me servía, porque, ya sabes, podía necesitarlo en cualquier momento.
Así, mi casa se empezó a llenar de cosas de todo tipo (después hablaré específicamente de cada tipo de cosas), y uno de estos, era la ropa.
Mi pobreza se juntó con el sobrepeso, y la incomodidad que eso me provocaba. Siempre he sido fan de comprar mi ropa de segunda, por lo que compraba lo que veía, y lo que me quedaba (ojo: lo que me quedaba, no lo que me lucía bien). También me regalaban mucha ropa usada, que yo agradecía con el alma.
Al final, tenía un montón de ropa que no me quedaba bien y que no era de mi estilo, porque no me podía dar el lujo de escoger nada.
De repente me fue un poquito mejor, y me solté comprando un montón de ropa y zapatos, sobre todo para ir a trabajar.
Algunos de los zapatos terminé vendiéndolos o regalándolos nuevos porque eran incómodos/no eran de mi estilo (seguía sin tener un estilo).
Y acumulé más cosas. No me deshacía de nada porque en algún momento podía ocuparlos.
En realidad, y ahora que lo veo con más claridad, era un trauma que me atacaba: no haber tenido dinero me volvió recelosa al tener que desprenderme de cosas, aunque no me gustaran, aunque no me sirvieran.
Y entonces, llegaron la Kondo y los minimalistas, y no, no me puse a tomar prenda por prenda para ver si tenían esa "chispa" que me hacía feliz, pero sí me pregunté: ¿con qué ropa me siento más feliz? Con la ropa negra! Vestir de negro me ha hecho sentir segura, poderosa, y a la vez, relajada. Así que lo demás fue sencillo: saqué todo el color de mi guardarropa. Todo.
Bueno, me quedé con una paleta muy limitada: negro, blanco, gris, y una camisa lila (con rombos negros).
No todo salió de un jalón, pero se fue más del 79% de la ropa. Todo lo que no me gustaba, lo que me quedaba mal, lo que me apretaba, la ropa incómoda, la que no me hacía sentir bien, se fue. Ahora, vestirme es mucho, MUCHO más sencillo. Toda mi ropa me queda, toda mi ropa me gusta, y toda mi ropa combina.
Éstas son mis prendas de verano (la de invierno la tengo guardada en una caja), ahí están vestidos, blusas y camisas, incluyendo 3 que son uniformes del trabajo.
Antes doblaba mis pantalones, pero ahora los tengo en ganchos, y no me hacen mucho espacio.
Mis zapatos de verano. Como verán, no hay mucho glamour, pero tampoco tengo mucha vida social, así que para mí son suficientes.
En esa canasta tengo los shorts, faldas y mallas que uso con frecuencia. En mi tocador tengo un cajón para piyamas y ropa interior y otro con ropa para hacer ejercicio y algunas playeras del trabajo, que casi no uso.
He visto videos de minimalistas extremos que tienen menos de 30 prendas incluyendo calzado, y me encantan, pero el trabajo de oficina me limita un poco. Tal vez, cuando logre ser mi propia jefa (cuando un editor rico y excéntrico crea -iluso- que mis textos son buenos y me lance a la fama, jajaja), pueda tener un guardarropa que me quepa en una maleta. Por lo pronto, soy burócrata y ultra Godínez, ni modo.
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