Hace más de diez años decidí dejar de comer animales, y adopté una dieta ovolactovegetariana flexible, en la que, además de comer cuanta chuchería se me atravesaba, comía, esporádicamente, camarones. El huevo y el queso eran parte importante de mi dieta, porque amaba el sabor, pero, sobre todo, por comodidad. Me explicaré a manera de justificación:
En mi casa no existen los roles de género sino la asignación de tareas (de eso hablaré en otro post), pero la comida es una tarea que nos repartimos mi esposo y yo desde el primer día. En estos últimos años, por cuestiones de horarios -tengo horario quebrado, así que salgo más temprano que mi esposo- yo he tomado el menú como mi responsabilidad. Yo preparo el desayuno-lunch del crío y la comida entre semana. Las cenas se las prepara cada uno y el fin de semana cocina el que tenga ganas. Aunque yo decidí no comer animales, nunca "invité" a mi esposo a hacer lo mismo: él respetó mi decisión y acordamos que no cocinaría ningún animal en casa, que si ellos tenían ganas de comer pescado o mariscos, los cocinaría él, y que fuera de casa ellos comerían libremente. Así lo hicimos por diez años.
La verdad, era una alimentación muy cómoda: si llegábamos tarde de noche, un hotdog para ellos era una opción de cenas. Si salíamos de la ciudad, la única que tenía que adaptarse en los restaurantes, era yo, y ellos comían lo que se les antojaba. En cuestión de practicidad, las quesadillas y los sándwiches de huevo eran lo más fácil para mandarle de lunch al Dan. Aunque yo quería dar el siguiente paso, sabía que era muy difícil darlo sola.
Después de un ayuno de jugos, y de que mis muchachos vieran la variedad de documentales veganos de Netflix, decidí veganizarme de una buena vez, y sin esperarlo, recibí la sorpresa más amorosa que podían darme: mis muchachos se iban a lanzar junto conmigo. Así, de un día para otro, mi familia se volvió vegana, y empezamos una alimentación más consciente y una vida distinta.
De mi esposo ya lo esperaba, pero el que más me sorprendió fue mi hijo, un adolescente relativamente rebelde y que, por las bondades de su edad, vive al día, disfrutando de lo que que más les gusta. Verlo cambiar las quesadillas por los guisos de verduras, adaptarse al queso de papa y a la mayonesa vegana; leer los ingredientes de la comida chatarra para ver si tiene "suero de leche" y hacerlo todo con gusto, no como sacrificio, ha sido lo más gratificante del mundo.
Este fin de año será muy especial, porque me veré en la necesidad de preparar una cena completa, pero será fabuloso poder celebrar con mi pequeña y vegana familia.
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