Soy una mujer moderna que trabaja y es mamá y aprovecha las bondades de la vida civilizada. Cocino a diario y no tengo mucho tiempo para perder. Siempre me disculpé a mí misma así. Mi alacena normalmente estaba siempre llena de verduras enlatadas (garbanzos, chícharos, elote, champiñones, vegall) y tetrapacks: puré de tomate. MUCHO puré de tomate. Caldillo de tomate preparado. Mole listo para servir. Así, si quería hacer una pasta, sólo abría un paquetito de puré, y listo.
Un día cambió mi horario de oficina y en lugar de trabajar de corrido tuve que partir mi jornada, recoger al crío de la escuela, cocinar, comer, descansar un ratito y regresar al trabajo. Entonces la cocinada dejó de caerme en gracia. Empecé a comprar cada vez más comidas procesadas, y lo peor: a comprar comida hecha en supermercados (la tienda Ley, para ser precisos). Pero la comida era horrible, y me sentí mal de dejar mi alimentación en manos de alguien que no siente ningún aprecio por mi familia, y cambié mis hábitos hogareños.
Empecé a comprar el mandado por semana: frutas y verduras frescas en una frutería muy barata, muy bien surtida, y me pareció un lindo modo de cooperar con los pequeños comercios. Desgraciadamente, no manejan todos los vegetales que necesito, así que tengo que completar en el Walmart (que aborrezco) para comprar varios tipos de champiñones que no encuentro en otros lados, verduras empacadas, listas para servir, como espinacas, kale, floretes de brócoli y coliflor, y así me ahorro la lavada y la partida.
En otro súper compro vegetales congelados: zarzamoras, rajas de poblano, chícharos, elotes. Y kilos y kilos de lentejas y garbanzos.
Tengo, más o menos, tres meses cocinando mis salsas y purés, y no he vuelto a comprar latas ni tetrapacks. No me tardo mucho más cocinando porque adelanto el menú semanal cocinando en fin de semana y congelando algunas cosas. Como rico, lo más sano que puedo, y todo lo que se puede preparar en menos de 30 minutos.
Comentarios