Hace unos días vi una entrevista que Carmen Aristegui hizo con respecto de un video muy visto últimamente, sobre el caso de la Escuela Caracola, y me dejó pensando mucho. Por un lado, no se puede tolerar que un niño sea presionado (si yo fuera la mamá de ese pobre bebé, estaría como loca, indignada y furiosa), y por otro, no se puede juzgar a alguien por 14 segundos de video. En fin, les posteo este cuentillo que surgió en mi obsesiva cabeza, se los dejo así, sin correcciones, salvaje, puro y libre :p
Nota: esta historia, aunque basada en hechos reales y recientes, ES FICCIÓN, sin intención de ofender a nadie.
LETARGO EXISTENCIAL
-¿Por qué lo hiciste? ¿Te parece
que fue la mejor actitud que pudiste tomar frente a un niño de tres años? ¿Fue
una reacción desesperada, frustración, desesperación?- preguntó la periodista.
La maestra, con el micrófono
apuntándole al rostro, se llevó el mechón de cabello que llevaba buen rato
molestándole el ojo izquierdo hacia detrás de la oreja. Se sobó las manos y
acomodó sus lentes de pasta.
-No fue una reacción desesperada,
bueno, sí y no. Llevaba ocho meses trabajando con el niño para mejorar su actitud,
pero él se encontraba sumido en un letargo existencial.
-¿Letargo existencial, un niño de
tres años? ¿Cómo puede ser eso?
-El niño no participaba, no
jugaba con los otros niños, apenas si se movía. Hablé con su madre, cambié las
dinámicas, intenté diferentes actividades especiales con él, pero nada,
sencillamente se comportaba como si su cuerpo estuviera en el salón, pero si
estuviera dormido, o triste, o enojado, pero nunca estaba dentro del grupo. No
tiene amigos, no platica con nadie, no confía en nosotros.
-¿Y no sería más prudente, no sé,
dejar que su familia fuera quién se encargara de buscarle atención profesional,
sicológica, o algo así?
-Lo intenté. Lo intenté todo. Su
madre es una buena persona, platicamos algunas veces. Ella también lo ha notado
extraño, pero no ha hecho nada para solucionar el problema, la he sentido un
poco “tibia”, sólo dice que todo está bien, que sólo es muy tímido. El niño
estaba en mi grupo, era mi alumno, y mientras estuviera en mi salón, era mi
responsabilidad tratar de ayudarlo, tratar de hacerle sentirse vivo, por eso
hice lo que hice.
-Pero el niño evidentemente está
asustado, está sufriendo. Perdón, pero parece claro el maltrato.
-Si te fijas, en ningún momento
lo toqué o lo lastimé, sólo lo instaba a que reaccionara.
¡Despabílate!¡Estás vivo!¡Siente
tu cuerpo, tiene vida! ¡Muévete! ¡Siente la vida!- Gritaba la maestra mientras
el niño lloraba durante los 14 segundos que duró el video que más había
circulado en las redes sociales en esa semana. En él, la directora, acuclillada
frente al niño que más que un niño parecía un lechón a punto de ser sacrificado,
manoteaba en el aire, sacudía las manos. Fueron precisamente esos gritos los
que habían llamado la atención del vecino que grabó con su celular desde la
ventana trasera de su segundo piso.
-En el video te veo a ti gritando
y a un pequeño que no para de llorar. ¿No crees que fue un poco cruel hacerlo
llorar así?
-El niño no lloraba por lo que yo
le decía. El niño lloraba desde que llegó. No participó en ninguna actividad
del grupo. Lo llevé al patio para que corriéramos un poco. Marcos pesa
alrededor de 15 kilos. Es pequeño y delgado. Yo lo tomaba de la mano para
correr juntos, pero él se dejaba caer, y en serio, parecía una roca, un costal
de cemento, no podía levantarlo. Por eso te decía que sí estaba frustrada,
desesperada, de verlo tan desganado, pero no actué desesperadamente. Sabía lo
que hacía, y lo volvería a hacer.
-Cambiando un poco el tema,
mencionaste hace rato algo que llamó mi atención: “el niño se encontraba en un
letargo existencial”. ¿A qué te refieres con eso?
-A una falta de vitalidad, a un
desgano total por las cosas que a cualquier persona le entusiasmarían. Cosas
básicas como jugar, cantar, comer sandía de lunch. Él no disfruta nada. Cuando
no está llorando está distraído. Como si su existencia, hablando en un sentido
filosófico y no físico, estuviera suspendida intencionalmente en un lugar
inalcanzable para los otros. La sicóloga lo ha analizado por ocho meses: no
tiene ningún problema mental, neuronal o físico. Es inexplicable.
-¿Crees que sea adecuado aplicar
esos juicios a un niño de esa edad?
-¿Has tenido entre tus brazos a
un pequeño de 3 años? ¿Lo has sentido? Un pequeño o pequeña huele a niñez: a
dulces, a sudor; se siente cálido al tacto; su piel es rosada, se mueve, se
ríe, grita, se retuerce si le haces cosquillas; eructa sin querer, se chupa los
dedos, se ensucia sus manos. Marcos no hace nada de eso, no hay manera de
sacarle una sonrisa.
Lejos del edificio de radio en
donde se llevaba a cabo la entrevista, casi de otro lado de la ciudad, se
encontraba Rosa Aurora, barriendo. Estaba en su casa, como todas las mañanas,
mientras su esposo se iba a la oficina. En la recámara más grande, sentado en
el piso, sobre un tapete azul, estaba Marcos. Apilaba unos cubos de madera,
formando una muralla alrededor de él.
-Hijo. Marquitos. ¿Ya puedo
barrer tu cuarto?- le preguntó desde la puerta.
-No mamá. Estoy jugando. No
quiero que entres a mi cuarto.
Rosa Aurora se apuró a regresar a
la sala. Recordó el día en que habían ido a bautizarlo. Junto a ellos, sentados
en la misma banca, estaba doña Silvana Huerta, señora de 112 años, que a pesar
de usar andadera, parecía tener una salud perfecta.
-No pierdan el tiempo, y
resígnense- les dijo. –Ese bebé no tiene alma. Está hueco por dentro. Se le ve
en sus ojos, fíjense, y fíjense en su piel, y en cómo se mueve.
Rosa Aurora y su marido lo
miraron asustados, y luego se cambiaron de banca. Marcos recibió el agua
bendita estado dormidito, y no despertó hasta que llegaron a la casa y lo
acostaron en su cuna.
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