Creo que una vez que empecé a simplificar mi vida quedándome con la menor cantidad de cosas posible, no pude parar. Y es que no dejo de notar todos los beneficios de tener pocas cosas: puedo limpiar en muy poco tiempo, porque no hay que acomodar mucho, y cada cosa tiene su lugar. Las superficies están más despejadas, y eso, además de facilitar la limpieza, da una sensación visual de que la casa está limpia, aunque tenga un poco de polvillo por aquí y allá.
Ahora, con la cuarentena, he tenido que acomodarme un poco mejor, ya que mi escuela no paró porque es en línea, y quería sentirme cómoda y relajada en mi espacio de estudio.
Así era mi tocador hace unos tres años:
Tenía muchas cosas, y me gustaba tenerlas todas a mano. Puede parecer que en realidad son pocas cosas, pero era sólo lo que tenía sobre el tocador! Había más cosas en cajones, en el baño: aceites, cremas, accesorios para el cabello, maquillaje. Cosas que no usaba NUNCA y algunas que ni siquiera recordaba que tenía.
Hice una enorme depuración de todo eso.
Minimalizar no significa agarrar todo y tirarlo. Se trata de seleccionar lo que no sirve, lo que puedes regalarle a algún amigo, y lo que vas a conservar.
Dentro de lo que conservo, tengo dos categorías: lo que voy a usar para que se termine y lo que me voy a terminar y voy a volver a comprar porque me sirve/gusta mucho.
Tener menos cosas me permitió despejar mi tocador porque también es mi escritorio y me gusta que esté despejado.
Ese tocador es mi escritorio, y además tengo mis cosas de higiene y maquillaje, ropa interior y de ejercicio, y cosas de manualidades y costura. Sí, en tres cajones.
En los tres cajoncitos del buró donde está la impresora tengo cosas que uso para la escuela, papelería, etc. que tengo que tener a la mano, pero cuando acabe la carrera podré sacar ese mueble también y tener más espacio para caminar sin golpearme los deditos de los pies.
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