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Qué sabrosa CocaCola


Hoy fui a la tienda a comprar tortillas y frijol para desayunar y como siempre, (y a pesar de un oxxo enfrente) la tiendita estaba llena de gente, tres personas antes de mí en la fila, y unas dos tres saliendo cuando entré. ¿Qué tenían todas en común? Una coca cola. Todos llevaban una. Ninguno, obviamente, llevaba una lata, o una de 600 ml, sino grandes, de uno, dos y tres litros. Todos llevaban su cocona para el desayuno familiar. Pero seguro no será sólo para el desayuno. De hecho, a la hora que sea que uno llegue a cualquier tienda, hay alguien comprando una, y a mediodía en las calles de los barrios, lo que se ve frecuentemente son niños (algunos osados, descalzos en el pavimento ardiente) cruzando la calle con una coca de dos litros para la comida. ¿Por qué se toma tanta coca? Porque es rica, helada y dulcísima. ¿Nos hace bien tomar tantos litros de coca? Seguro que no. ¿Nos importa eso? Seguro que no.
El placer de la vida no siempre es inocuo, pero vale la pena aceptar las consecuencias y no vivir limitándonos, si, total, vida hay una sola y hay que vivirla sin temor. 
Hace unos días, vimos en la calle a un muchacho que no tendría más de 30 años, pero que pesaba mucho más de 100 kilos, y sus pantorrillas eran más gruesas que mis muslos (que ya es mucho decir), con evidentes problemas, serios, de várices. No hablo de venitas, sino de una piel morada y abultada de la rodilla para abajo. ¿Qué necesidad hay de vivir enfermos? "Es normal, todos nos habremos de enfermar algunas veces, y para eso hay doctores y medicinas, no?" dicen muchos. Es muy general la idea de que la enfermedad es el estado común, cuando debería ser al revés: lo normal, es estar sano. Hay cosas que no se pueden evitar, ni prevenir, pero la mayor parte de nuestras dolencias las provocamos nosotros mismos. Yo no soy precisamente un ejemplo de vida saludable, puesto que estoy pasada de kilos y hace dos meses no hacía ejercicio ni en defensa propia, pero me enorgullezco de decir que en casa nunca hemos tenido un antiácido y que cada vez son menos las medicinas del botiquín y las visitas al doctor. Dante sólo ha faltado una vez a la primaria por un dolor de estómago. 
Pero lo peor de todo no es que nos guste estar enfermos: les estamos planeando un futuro a nuestros hijos en el que nos tendrán que andar llevando a dializar o a nebulizar, porque nos pondremos peor; estamos condenándonos a una vejez de cuidados y hospitales a los 60 años; y peor aún, estamos criando niños para que sean adolescentes enfermos, adultos enfermos. 
Es triste cómo dejamos de apreciar la vida, de apreciar nuestros cuerpos, y los de nuestras familias. Total, un vaso de coca con hielo bien vale la pena.

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