Vamos criando niños fuertes, niños duros. Que no lloren, que no se chiqueen. Vamos llevándolos a pescar, o a cazar. Es más, vamos enseñándoles a disparar y que ellos mismos lo hagan. Luego que quiten las pieles, que recojan la sangre, para que conozcan el camino de la naturaleza al plato. Hagamos que las escuelas sean más enfáticas en mostrarles la supremacía en todos sus niveles: el hombre sobre los demás animales, el varón sobre la mujer, el blanco sobre todos los demás, el rico sobre el pobre. Enseñemos por igual a niños y niñas que un perro amarrado es mejor que no tener un perro. Que los peces se mueren a los días de traerlos a casa, que los ratones y hámsters viven sólo unas semanas, y que los perros y gatos que no sirven se llevan a otra zona de la ciudad para que no vuelvan. Que no tiene nada de malo burlarse del diferente, siempre y cuando no lo golpees, y que no tiene nada de malo golpearlos si los papás estaremos para justificarlos. Mostrémosles la belleza de los autos, el poder del dinero, el placer del alcohol y la comodidad de la iglesia. Vamos llevando a los niños a la plaza de toros para que conozcan lo que es el valor y pierdan cualquier rastro de sensibilidad ante el dolor animal (si es que existe).
Hay que enseñarlos a pelear sin honor, porque deben aprender que no importa el medio, sino conseguir lo que se quiere.
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