Cuando era una mozuela y soñaba con tener hijitos y una linda casa y un marido guapo y brillante, nunca pensé en el otro lado, igualmente bello, pero cansado: limpiar la casa, cocinar, cuidar chamacos, etc. Y es que cuando se es estudiante se puede vivir reciclando pantalones y comiendo chococrispis y cocacola todos los días, pero una vez que tienes hijos, ya no se puede ser tan flexible. Por fortuna, me casé con un tipazo adiestrado en las artes hogareñas, que no espera que su esposa sea una esclava. ¡Qué bárbaro, cómo te ayuda Bernardo! Me han dicho.
Si afán de quitarle el mérito a mi amado Sr. Berns, lo único que puedo decir es: No me ayuda, hace lo que le corresponde. Hoy en día, cuando hombre y mujer tienen que chutarse medio día en una oficina, las tareas de las casa también son compartidas. Yo no quiero que mi esposo "me eche la mano" en la casa, ¡quiero que sepa que también es su responsabilidad! Aunque no hacemos las mismas tareas (la lavadora es mía!!!), hemos llegado a un acuerdo de manera casi natural.
La otra vez, viendo un programa de Diálogos en confianza, de Canal 11, hablaban sobre el tema: en una investigación que hicieron en la UNAM, aplicaron cuestionarios a investigadores de la universidad, la mayoría casados con investigadoras. Les preguntaron si ellos ayudaban en casa. La respuesta: SÍ. Les preguntaron porqué ayudaban: Porque ella lo exige. Les preguntaron si en el caso de que ellas les dejaran de exigir su ayuda, lo harían, y la respuesta fue: POR SUPUESTO QUE NO. No hablaban de jornaleros agrícolas ni de hombres criados en los años 20´s, sino de maestros investigadores, casados con mujeres intelectuales y preparadas. Las cosas aún no son tan parejas para la mayoría, por lo menos no desde la raíz y desde la conciencia. Pero ya llegará el momento en que el dinero sea de los dos, los hijos, responsabilidad de los dos, la estufa, de los dos, la escoba y el mandil, también.
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