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Vaticinios


El fin anunciado

-No sé… veo algo malo en un futuro próximo. Sí, mira, aquí está clarito: el 3 de espadas seguido del As de espadas… Lo peor que te puede salir. Veo un accidente o una dolencia repentina, quizá algo en el hígado o los riñones, enfermedad o golpe. Tienes que andarte con cuidado.

-¿Y qué tan grave va a ser?

-3 y As de espadas indican que hasta puede ser mortal. Necesitas un trabajo que atraiga la buena suerte a tu futuro: una limpieza y un talismán.

La señora Licha sacó un manojo de hierbas y una jarra de agua turbia del servibar que estaba junto a la mesa y con un movimiento de cabeza le indicó a Manuel que se sentara en la cama. -Quítate la camisa para que tenga más fuerza el trabajo y porque el agua tiene yodo y mancha la ropa- le dijo, mientras sumergía las ramas. Con los ojos cerrados, Manuel recibió ligeros latigazos desde la cabeza hasta los pies, y se sintió relajado respirando la mezcla de perejil, tomillo y albahaca.

Acabada la limpia, doña Licha le dijo que esperara en la salita mientras preparaba el amuleto. La sala de espera era un pasillo estrecho con dos sillas viejas y una cómoda llena de santos, flores artificiales y milagritos empolvados.

-Ten mucho cuidado, porque los amuletos son buenos pero no siempre funcionan. Al destino no se le puede engañar, y mucho menos al todopoderoso cuando nos llama al reino de los cielos- agregó doña Licha después de persignarse con el billete que Manuel le acababa de dar, y guardarlo en una cajita de madera.

Manuel necesitaba comprar una trampa para ratones, pero decidió pasar a la ferretería en otra ocasión e ir directamente a casa. En el camino pensaba en lo que le había dicho la adivina. Le atinó a casi todo. Le dijo que era soltero y que sufrió mucho en el amor; que la mujer de su vida no le había correspondido y por eso se sentía desilusionado. Que no estaba satisfecho con su trabajo porque esperaba algo mejor, pero que las cosas se estancaron porque “alguien”, ya sea por envidia o rencores, le había hecho “un trabajo” o le tenía mala vibra. En lo único que le falló fue que según doña Licha él tenía sueños y anhelos sin cumplir, que sólo necesitaba un empujoncito para realizarlos. Él, Manuel Jiménez, no tenía sueños, no anhelaba nada. Viajaba en pesero porque nunca pudo comprarse un carro; salió de casa de su padre sin haber estudiado ni la preparatoria y por eso en la librería en la que trabajaba lo vigilaban constantemente para que no fuera a descomponer la computadora. Su paga era la más baja que la de los demás empleados, y su crédito de vivienda no le alcanzó más que para un pie de casa: un cuadro en el que tenía una estufa, una mesa con dos sillas, una cama, y un baño aparte. ¿Qué anhelos podía tener en la vida alguien como él, si uno anhela lo que en el fondo cree que se merece o que se puede llegar a cumplir? No soñaba con formar una familia ni con cambiar de empleo, ni con mejorar su casita, porque las tres cosas tendrían que venir en paquete: cada una, sin las otras dos, no tenían sentido para él.

Ahora que iba a morir no sabía si sentir angustia o alivio.

Estaba cansado para ponerse a preparar cena. De pronto se acordó de que llevaba varios días con una molestia en el pecho que dejó pasar sin prestarle atención. Tal vez era hora de que lo hiciera. Prendió la televisión y buscó en la bolsa de la chamarra el envoltorio que Licha le dio. Sacó de ella el amuleto, que era un crucifijo de madera con la orilla anaranjada, e incrustaciones de piedrecillas y pedazos de metal y por detrás una leyenda impresa, una oración. Si la mujer en verdad tenía el poder de predecir el futuro, esperaba que también lo tuviera para crear un amuleto que lo salvara.

El sueño de Corín.

-No estoy segura de creer en esto, Nuria. Una vez me leyeron la mano pero resultó que la gitana le dijo a mi cuñada exactamente lo mismo que me había dicho a mí una semana antes- dijo Corín a su sobrina que barajeaba un mazo de cartas, dispuesta a leerle su futuro. El oráculo Azteca era la novedad de la joven adoradora de las cuestiones esotéricas.

Un poco insegura, pero a la vez ansiosa, Corín escogió una a una las veinte cartas y las fue acomodando en los lugares que le señalaba Nuria. Escuchó con curiosidad morbosa lo que le deparaba el destino en cuestiones de salud. No era nada sorprendente: a los cincuenta y tres años resultaba lógico que aparecieran ciertos malestares en los huesos, pero fuera de eso todo “se veía” bien. En el área del dinero la situación no cambiaría. Casada con el gerente de una fábrica de automóviles estaba acostumbrada a vivir sin ninguna preocupación del tipo económico. Aburrida y un tanto decepcionada permitió que terminara la sesión con el Amor.

-Ay tía, que guardadito te lo tenías. Te explico: esta carta, el cocodrilo, simboliza lo nuevo, algo que empieza. La flor, es una relación amorosa. La serpiente significa la pasión y la lagartija es señal de una pareja poco común y no muy bien vista, tal vez, con alguien más joven. Tú no te preocupes, que no le diré nada al tío Marcel.

La tirada siguió con las cartas que restaban pero Corín no puso más atención. Lo que Nuria le había dicho no era ni por poco lo que hubiera esperado.

A las once se despidieron y ella y Marcel regresaron a su casa.

-¿No te vas a dormir, amor?- le preguntó su esposo, de camino al cuarto.

-No… aún no, respondió. Quiero leer un poco.- La verdad es que llevaba más de veinte minutos tratando de pasar de la primera página de la mininovela de la revista del mes, pero no lograba retener nada en la mente.

Corín se había casado realmente enamorada de Marcel. Cuando lo conoció ella tenía sólo dieciocho años y él veintiuno. Era una muchacha delgada y elegante, de piel blanquísima y cabellos color miel. Él, un joven de sociedad igual que ella, a quien conoció en una cena con sus padres. Le gustó desde que lo vio entrar al salón: moreno, de bigote fino y extremadamente bien delineado, espalda ancha y mirada profunda. Se casaron al poco tiempo de novios, con la complacencia de ambas familias. Treinta y cinco años y jamás, ni una sola vez, se había sentido arrepentida de su matrimonio. Ernesto, su único hijo, era el fruto de su amor, y ahora estaba viviendo su propia vida en Madrid. Aún así, no podía negar que se sentía un poco sola a veces. A sus nietas apenas las había visto dos navidades, y extrañaba los días en que fueron una familia unida y viajaban a Madrid y a Londres.

Esa noche fue calurosa, por lo menos para Corín, que tuvo sueños extraños, confusos. Al despertar sólo recordaba uno: ella en la playa, caminando por la orilla, con un vestido floreado y los pies descalzos. De pronto, una figura surgía de entre las olas: un hombre joven, de piel dorada y ojos tan verdes que semejaban el tono del mar, que se acercó a ella y tomó su mano. Una brisa fresca estremeció su piel. Sus labios, temblorosos, se prepararon para un beso, y sus ojos se cerraron, en espera de lo que tanto deseaba.

La mañana era cálida y maravillosa. No tenía ganas de desayunar sola en casa pero tampoco quiso llamar a ninguna de sus amigas. Estaba un poco hastiada de la misma charla de siempre: arrugas, divorcios, chismes sobre alguna conocida, cirugías, restaurantes de moda, ropa de marcas europeas. A ninguna podía confiarle lo que la tenía soñando despierta.

Manejó hasta un café en el centro y desayunó tranquila. Pudo, al fin, terminar de leer la novela de la revista. La historia le gustó mucho: una mujer que había enviudado a los cuarenta sin haber podido tener hijos conoce a un muchacho de veinticinco y se envuelven en un tórrido romance, a pesar de las habladurías de la gente. La pareja logra llegar al altar, y cuando su felicidad parecía no poder mejorar, recibieron la noticia de que serían padres.

¿Sería posible que le ocurriera algo así? No. Ella no era viuda ni tenía cuarenta. Acababa de cumplir cincuenta y tres, y aún estaba casada con el amor de su vida. –Es el amor de mi vida- pensó, pero en el instante un demonio interno le susurró, intrigante-¿Es, o fue? ¿Aún lo amas como antes? ¿Estás dispuesta a pasar el resto de tu vida sin haber besado otros labios, sin haber amanecido en los brazos de otro?

La cena de primavera del club era un evento que la entusiasmaba cada año: ayudar a las organizadoras a escoger menú, enviar las invitaciones, decorar. Era la oportunidad de buscar un lindo vestido de gala, hacerse un tratamiento completo de pies a cabeza y usar sus diamantes. En la gran noche estaba tan emocionada como siempre, hasta que vio su compañero listo, esperándola en la puerta. Era Marcel, como siempre: Marcel. Con un traje negro como cada fiesta, el cabello cano peinado con brillantina y la argolla de matrimonio en la mano izquierda porque el anular de la derecha se lo había lastimado jugando tenis y dejó de entrarle. No era su pareja del baile de graduación de la secundaria, era Marcel. La langosta estuvo exquisita, sin embargo, a Corín le supo desabrida. Sus amigas notaron que algo no andaba bien, y cuando se cansó de contestar con mentiras y pretextos, pidió regresar a casa.

Los días pasaron y se volvieron cada vez más fríos y silenciosos. Los masajes en los pies que solían darse desde varios años atrás, le parecían deprimentes, la hacían sentirse anciana, igual o peor que las tardes leyendo en el jardín, uno sentado junto al otro. Era un caso perdido. Un amor muerto, irresucitable. Tenía que decir adiós y empezar de nuevo

La herencia

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Nombre: Érik Israel

Fecha de nacimiento: 14/08/88

Escribe tu pregunta: Voy a tener dinero pronto?

Tu arcano es: El Papa. En posición normal, simboliza palabras inspiradoras de una persona respetada. Una oportunidad para aprender, la revelación de las verdades que llevan a la libertad. También puedes encontrar que el Papa simboliza una fuente de comodidad durante tiempos difíciles, junto con saber que estás ayudado por el universo.

Interpretación de la carta con respecto a tu pregunta: es probable que recibas dinero, un pago o una herencia de un hombre de tu familia, alguien mayor que representa una figura de autoridad.

Érik cerró la portátil, pagó los 35 pesos del café internet y manejó su éscort hasta la casa de Liz. Hizo sonar el claxon dos veces y apagó el motor para esperar a que saliera. Dinero heredado de un hombre mayor, pronto. ¿Podría ser? ¿De quién? Definitivamente so iba a ser de su papá, porque desde el divorcio no le había dado ni un centavo, y se había casado dos veces más, así que al morir de seguro no le dejaría ni la despedida. Su abuelo paterno ya se había muerto, así que sólo le quedaba su abuelo Roberto. Si el tarot tenía razón, lo más seguro es que fuera él. Era un hombre de ochenta y tantos al que no veía desde que lo fueron a visitar a Cuernavaca en vacaciones de Navidad, pero eso había sido como cinco años atrás. Tocó el claxon dos veces más y decidió no esperar y llamar a Liz más tarde.

Rosa Alicia ponía los cubiertos en la mesa cuando llegó Érik y se sirvió un vaso de limonada.

-Oye Ma ¿cómo está el abuelo?

-No sé, supongo que bien. Hablé por teléfono con él la semana pasada para contarle lo de mi prima Consuelo. ¿Porqué?- le contestó sin dejar de poner la mesa o voltearlo a ver siquiera.

-Nomás, porque hace mucho que no lo veo. ¿Todavía está en Cuernavaca con la tía Oli?

-No, vive en Puebla con tu tío Alfonso desde hace un año. En la casa aquella, con una pileta, a la que fuimos una vez con tu papá.

-Ah, sí…¿Y está enfermo, o algo?

-Pues ya sabes que la diabetes no se quita, pero de ahí en fuera está muy bien. Échale un grito a tu hermano y vénganse a comer porque me voy en un rato y a ver quién les calienta el mole.

Durante la comida, como era costumbre, nadie habló. Su familia, de tres, convivía tan poco como les fuera posible. Su hermano, Iván, era sólo dos años menor que Érik, pero habían dejado de ser amigos desde que entraron en la secundaria. Cada uno hacía su vida aparte, dependiendo los dos de su madre. Ninguno quiso seguir estudiando, y hacían trabajos temporales sin mucha preocupación por el presente o el futuro.

Prendió el PSP y recordó los fabulosos regalos que el abuelo solía darles en los días de Reyes, cuando lo iban a visitar. Los mejores. La bici, su primer Nintendo, el carro de control remoto. Jugó sólo una hora porque se le ocurrió checar en internet sobre la diabetes y sus consecuencias. Cataratas, amputaciones por gangrena, fallo renal. Sin duda no le deseaba nada de eso al pobre abuelo Roberto. Pero de la diabetes se saltó a la búsqueda de una moto como la que siempre había querido. Si iba a recibir dinero, ¿por qué no concederse sus deseos? Un carro nuevo, por ejemplo. Su éscort estaba bien, pero todos los accesorios eran mecánicos, no tenía estéreo, y le hacía falta cambiarle los amortiguadores y las llantas. Un pick up estaría de lujo. Uno grande, rojo. Y una moto chopper, Harley; una guitarra eléctrica, un PSP portátil y un iphone. Un viaje con Liz también. O mejor sin Liz. Le traería algo bonito. O no, la cortaría antes de irse para no batallar.

Hizo memoria: ¿a quién quería más el abuelo? ¿A él o a Iván? A Iván lo conocía menos, pero no podía negar que su hermano era mucho más carismático y ocurrente, sangre liviana. Los regalos que les daba eran más o menos equilibrados para que no se notaran distinciones, pero recordaba (o tenía la impresión), de que se mostraba más emocionado cuando Ivancito iba a abril su regalo. Confió en que el viejo siguiera siendo justo. Descartó la moto y decidió comprar un buen carro.

Quizá la salud del abuelo no era tan buena como le había dicho su mamá, cabía la posibilidad de que le estuviera ocultando algo para no angustiarlo. El hombre era bastante mayor y el cuerpo pasa factura del tiempo. Tal vez ni siquiera su madre lo sabía. Tenía que averiguarlo.

Buscó en la agenda de Rosa Alicia el número del tío Alfonso. Era mucho el tiempo sin hablar con él o con cualquiera de sus parientes de Puebla. Quería saber sobre su salud, fueran buenas o malas noticias. Tener una señal de que el oráculo era cierto, o por lo menos, probable.

El abuelo se alegró mucho de recibir su llamada. Le dijo que estaba más sano que nunca, que salía a caminar por las tardes con Lidia, la nieta con la que vivía. Le presumió que ya era bisabuelo, y de gemelas; que acababa de comprar un carro antiguo, un Ford 58 recién restaurado. Lo invitó a visitarlo cuando quisiera para que lo conocieran sus primos.

Cuando Érik colgó el teléfono aún traía puesta la sonrisa fingida con la que había contestado “síes” y “ajases”. Apagó la computadora y se olvidó de carro y guitarra y PSP portátil, iphone y abuelo.

El destino

El clima era agradable para caminar en el Malecón a media tarde. Corín caminaba con el perro labrador que Marcel le había regalado en su cumpleaños. Con el divorcio se decidió a dejar la mayor parte de lo que tenía y entonces sí, comenzar de cero y comprar lo que quisiera a su antojo y guiada por ella misma y sus gustos. Pero el pobre perro la quería. La esperaba, nervioso, cuando ella salía de casa y la recibía saltando y corriendo en círculos. Por eso se lo llevó aunque le recordara a su exmarido.

La vida le sonreía, su salud estaba mejorada y había bajado varios kilos. La ropa le quedaba mucho mejor, y pudo entrar a un gimnasio sin pena de verse ridícula entre las jovencitas. Sus muslos se veían firmes debajo de las mallas que usaba para caminar. Pasó del tono rubio cenizo del cabello, a un castaño con reflejos dorados, y lo dejó crecer hasta media espalda. Sabía que los hombres la miraban al pasar, y si dos años antes le hubieran descrito la escena, ella habría reído de incredulidad.

Érik se topó con Karina en el café y aunque ella lo saludó de lejos él pretendió no haberla visto y siguió de largo. No era agradable verla con su nuevo novio. Igual no la había querido, pero de las novias en su lista, ella fue la primera en cortarlo. Subió el volumen de su mp3 y empezó a correr, como si la nueva pareja lo fuera a seguir con la vista y notaría su condición física. En realidad no había tal: era su segundo día corriendo y no aguantaba el trote por mucho tiempo, pero por orgullo se puso de meta llegar hasta muelle sin parar. Corría mirando sus pies, como si concentrándose en ellos fueran obedecerle como deseaba. Frenó al impacto con otro cuerpo, y por poco los dos caen al piso. Con el golpe, Corín soltó la correa de Nico, que salió corriendo asustado. Érik ya no sabía de qué manera disculparse, quería que se lo tragara la tierra por ser tan torpe, pero ella lo calmó y le dijo que dejara de hablar y la ayudara a buscar a su perro.

Nico había corrido hasta el muelle y olfateaba los botes de basura, llenos de comida apetitosa para el canino. Un hombre que descansaba sentado en una banca compró un churro que Nico devoró de dos mordidas.

-¿Estás perdido?- le preguntó, sin esperar respuesta, sólo para romper el hielo y poder confesarse.-Te entiendo. Yo también, pero quién no lo está. Le acarició la cabeza y el perro se echó a sus pies, tranquilo, como si lo conociera desde siempre.

Corín y Érik caminaban de prisa buscando entre la gente, y de cuando en cuando los ojos verdes de ella se enfrentaron con los color miel de él, y se desviaron rápidamente. Él le echó un vistazo rápido. Era una hermosa mujer, aunque podría tener la edad de su madre. No, sin duda su madre no estaba así, con ese cuerpo y esa piel perfecta a pesar de la edad. Corín quiso preguntar la edad de Érik, pero antes de que se animara, distinguió a Nico echado en el muelle.

-Encontró a mi perro- dijo Corín.

-Más bien, él me encontró a mí. Y mire que es extraño, los animales no me quieren- dijo el hombre

-Pues qué raro, porque Nico se ve muy a gusto, se ve que usted le cayó bien. Mucho gusto, me llamo Corín Amberes.

-Manuel Jímenez, para servirla. De hecho, para que vea que de veras estoy para servirla, ¿Porqué no le invito un café?

-Me daría mucho gusto, Manuel Jiménez. – tomó la correa para no perder al perro de nuevo y le dijo a Érik –muchas gracias por ayudarme a buscarlo, joven, que tengas una linda noche.

-No fue nada, y perdón otra vez. Qué tenga buenas noches usted también.

Corín y Manuel se sentaron en una mesa en el café del muelle. Érik le puso play a su mp3 y siguió caminando.

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