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AVES EN LOS DEDOS

Mi madre fue la segunda de trece hijos, cuando ella tenía quince años murió mi abuela, así que le tocó ayudarle a mi abuelo a cuidar de mis tíos. Su hermana mayor se fugó con un soldado, lo que convirtió a mi madre en la mujer más grande de la casa y madre improvisada. Tenía muchas responsabilidades.

Se levantaba temprano a regar las plantas, porque tenían un jardín muy grande, con muchos árboles frutales y muchas flores. Después hacía el desayuno y los lonches de sus hermanos, los repartía para que se fueran a la escuela: los de la prepa, los de la secundaria, los de la primaria. A los del kinder se los llevaba ella. Los más chiquitos se quedaban en casa con el abuelo.

Todas las noches, a las siete, se sentaban frente a una enorme mesa, que mi abuelo había hecho especialmente para quince personas y cenaban. Hablaban de lo que habían hecho en el día. Luego daban las gracias y se repartían en los cuartos. La vida de adolescente de mi madre fue de muchas ocupaciones. Creo que eso le dio el carácter maravilloso que tiene hoy.

Cuando tuvo edad para entrar a la prepa, no dudó en lo que quería ser: maestra de kinder. La enseñanza y los cuidados se hicieron parte de ella. Soñaba con tener muchos alumnos y muchos hijos.

Mientras estudiaba en la normal conoció a mi padre, que trabajaba en la florería de sus padres, un negocio chico pero próspero, que quedaba en el camino entre la normal y la casa de mi madre. Diariamente se veían y platicaban. Luego se hicieron novios y cada mes que cumplían, en lugar de una rosa, que es lo que mi padre consideraba lo común, le regalaba a mamá un árbol para que lo sembrara en su casa, porque es lo que ella prefería.

Cuatro años de noviazgo convirtieron la casa de mis abuelos en un Edén. Había de todos los tipos de árboles que se pudiera imaginar: en la entrada, pinos y arbustos, en el pasillo, palmeras; al fondo estaban los frutales: mangos, limones, naranjas. Fue ahí, rodeados de deliciosos aromas, donde mis padres se comprometieron, ahí mismo, en un altar especial, junto al mango, se casaron. Ahí mismo también, concibieron a su primer hijo.

Un domingo 8 de julio nació David. Dice mi mamá que era un bebé grande y pesado, de carita chapeada y cabellos rizados que tardó mucho en abrir los ojos, que resultaron ser grandes y azules, como los de mi madre, sólo que más claros.

A los tres años usaba talla ocho y pesaba más de veinticinco kilos. Siguió creciendo mucho. Cuando yo nací él tenía cinco años y la estatura de un chico de doce.

Si alguien me dijera que existe un hermano más amoroso no lo creería. Yo tenía cinco y él diez, jugábamos a que él me cargaba y me hacía girar en el aire. Como David no podía ir a la escuela, mi Mamá le enseñó a leer y a escribir; mi papá le enseñó a cuidar las plantas, sabía todos los nombres de las flores y los árboles que había en el jardín, y sus cuidados. Yo sólo jugaba con él. Me cargaba, yo le decía gigantón, y él me decía que yo era la enana.

A mis padres jamás se les ocurrió preguntarse por qué mi hermano no paraba de estirarse, ni comentaban nada sobre su estatura. Mi abuelo le hizo una cama larga, a la que le iba agregando un pedazo cada año. Le hizo sillas y muebles para su cuarto. Mi tía Margarita le hacía la ropa cuando la de talla de adulto no le gustaba.

Antes de dormirnos, con la pijama puesta, nos sentábamos debajo del árbol más alto del jardín: un eucalipto, que en las noches frescas hacía un ruido muy agradable de viento en sus hojas que se mecían. David me leía un cuento por noche y a veces dos. Su voz se confundía con el suave murmullo de las hojas acariciadas por el viento. Cuando me quedaba dormida, me tomaba entre sus brazos y me llevaba a mi cama.

Una tarde estábamos correteándonos por el jardín de la casa, que tenía un pasillo largo de cemento con palmeras a los lados. Acabábamos de regar y el piso estaba mojado. David era el gato y yo, como era pequeña, me podía escabullir fácilmente entre las plantas y me le escapaba. Resbaló. Vi cómo tardó en caer, porque era tan alto que pasaron muchos segundos para que terminara de caer completamente. Se golpeó la cabeza.

Se necesitaron seis hombres para subirlo a una ambulancia, porque mi hermanito pesaba mucho.

En el hospital estuvimos mis once tíos, mi abuelo, mis padres y yo, un mes, esperando a que despertara. No se movía, no hacía nada, sólo respiraba. Los doctores dijeron que a lo mejor se quedaba vegetando para siempre, porque su cerebro se había dañado mucho. Mentalmente estaba muerto, dijeron, pero todos sabíamos que aunque no hiciera nada seguiría siendo el mismo, sólo que más callado.

Nos lo llevamos a casa y estuvo otros tres meses sin moverse. Yo le contaba cuentos y chistes para ver si se reía, le hacía cosquillas, pero él no respondía. Entre mis papás y yo lo cambiábamos todos los días como para que saliera a la calle, lo peinábamos y lo tratábamos como si estuviera conciente. Hablábamos con él y aunque no nos respondía, sabíamos qué nos hubiera contestado de haber podido.

Yo lo quería más que nadie.

El día que cumplí mis quince años me hicieron una fiesta como la que sueñan todas las niñas, con vestido, vals, padrinos y todo. Yo estaba muy feliz, aún cuando mi chambelán de honor no fue mi hermano, que era quien yo hubiera preferido. Adornaron la casa con muchas flores y los árboles tenían cintas azules y blancas, como los colores de mi vestido.

Para entonces a mi casa ya se le habían hecho las modificaciones necesarias para que desde la sala se pudiera ver el cuarto de David, así que en mi fiesta, la mesa de la familia estaba a unos cuantos metros de su cama. Quisimos llevarlo al sillón de la estancia, pero por su tamaño, no podíamos darnos el lujo de estarlo cambiando de lugar.

Para esa ocasión mi abuelo le mandó hacer unos zapatos grandes y mi tía Pilar le cosió un traje elegantísimo a la medida, azul marino con un clavel blanco en la solapa. Desde el accidente Mamá decidió que no le volverían a cortar el cabello hasta que despertara, así que para mi fiesta él ya tenía unos rizos rubios hasta los hombros.

Mi padre habló, habló mi padrino, bailé el vals. A la hora de la cena, recorrí mesa por mesa, para que todos los invitados salieran en el video. Dejé para el final a mi invitado principal. Fui a su cama y me senté junto a él. Le tomé la mano y saludé con ella a la cámara. De repente abrió los ojos, se levantó, golpeándose contra el techo, pero no dio la menor señal de dolor. Se quitó los zapatos y se dirigió a la puerta de atrás. Lentamente empezó a abrirse paso entre los invitados. Se quitó el saco y sin pensarlo mucho se lo dio a mi tío Ángel. Abrió la puerta, antes de salir se quitó la camisa y se la dio a mamá, quien la empezó a doblar mecánicamente, sin pensarlo y sin dejar de verlo asombrada.

Dejó los calcetines en el pasillo y caminó hasta el fondo del jardín. Todos observábamos silenciosamente cómo cogió la regadera y mojó un pedazo de tierra junto a una guayaba. Metió los pies en el lodo y movió la cabeza como desaprobando el lugar. Se fue junto al eucalipto, que para ese entonces era más pequeño que mi gran hermano. Ahí hizo lo mismo con la regadera, se paró en el charco y empezó a rascar en la tierra con los pies, hasta que le quedaron enterrados hasta los tobillos, luego levantó la cara al cielo, extendió sus brazos hacia arriba y los abrió. Mi tío Roberto no paraba de filmar.

Sonrió y yo no sabía si llorar o seguir recorriendo las mesas, como si nada hubiera pasado. En ese momento no hice nada. Sólo me quedé viéndolo sonreír al cielo y mover lentamente los dedos.

Cada mañana después de mi fiesta de quince años me levantaba tempranito a regar las plantas y platicaba con él. Sus rizos, que habían crecido mucho, volaban con el viento.

El canto de los pájaros que se paraban en sus brazos y en su cabeza se mezclaba con el ruido del agua que yo dejaba caer sobre la tierra que cubría sus pies y me sentaba a leer recargada en sus piernas. Lo abrazaba cada vez que podía. Lo sigo haciendo.

Comentarios

::Mr.KARATE:: ha dicho que…
Suave--

Cuando lo empece a leer, pense que era una narración autobiografica, despues al ver los elementos magico realistas, me di cuenta que era un cuento...

...muy bonita la historia, aunque algo triste el final.
Candelario ha dicho que…
Hola, cecicilia, está curado tu cuento. aunque opino que la imagen que le añades te prejuicia a la hora de imaginar al hermano gigante de la protagonista. pero bien.


me dará mucho gusto que me incluyan en esa lista que mencionas en mi blog. ¿necesitas que te mande un correo autorizando?


saludos.
RUY ha dicho que…
es el cuento favorito de mis sobrinos, y espero que lo sea de mi hijo, le tengo mucho cariño a la historia, tanto como mis sobrinos a David
Clau ha dicho que…
Este también es uno de mis cuentos favoritos y el final me encanta.
Pablo Rochín ha dicho que…
al principio me había parecido una narración bastante sencilla, pero al despertar el hermano y enterrarse me dio un vuelco en alguna parte de las entrañas. auch!
me encanta leer a nuestra palomilla, saber qué opinan y cómo expresan sus ideas por medio del cuentooooo!!!!!

me agradó. sigue así.

rochín

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