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Por mi madre, bohemios (aunque me demande Monsiváis)


Todos sabemos que madre sólo hay una, que cada madre es un ángel que vela por nosotros por las noches y que da la vida por sus hijos. Desde niños vemos a nuestra mamá como algo sagrado e intocable (se “mienta la madre” porque se supone es la peor ofensa que uno pueda recibir). A la madre no se le grita ni se le levanta la mano. “Todas las mujeres son putas menos la mamá” (algunos ya dudan de la reputación de sus hermanas).

Escuchamos hasta el cansancio la rutina diaria de la santa mujer, recitada, ya sea por ella misma o alguien afanado en hacernos reflexionar: levántase temprano, hace desayuno, trabaja como esclava, regresa a casa, hace la comida, lava trastes, barre, va al mandado, hace la cena, desvélase lavando ropa, o planchando, y así todos los días. Lo sabemos, lo vemos, y lo notamos, por supuesto.

Hablo como hija y como madre: esta imagen es un arma de dos filos. Por un lado, creo que nos gusta ser mártires. Obviamente hacemos lo que sea por la familia: LO QUE SEA, y daríamos más, si fuera necesario. Pero el sacrificio se ve recompensado por el respeto y el cariño que recibimos. ¿A qué madre no le gusta el 10 de mayo, los comerciales de niños que dibujan un corazón chueco para dárselo a mami, las películas sobre señoras que literalmente dan la vida por sus hijitos, el Brindis del Bohemio?

Pero también está el otro lado, el lado tramposo. ¿Así que la madre es abnegada, sacrificada, capaz de quitarse el bocado de la boca para darlo? ¡Pues que así sea! Hablo ahora más como hija. Escuchamos tanto que está en el instinto materno, que creemos que es lo normal que una sola persona lo dé todo por la familia y que a los demás nos toca recibir.

Es cierto: amamos a los esposos y a los hijos, y no reclamamos por eso (ajá!), pero la familia la forman dos o más personas y cada uno tiene el mismo santísmo derecho a disfrutar la vida. A levantarse tarde de vez en cuando, a tirar la weva, a que le hagan la comida a veces y a ser egoista de vez en cuando, a ser escuchado más que a la televisión y a ser festejado en su día, ya sea de la madre, el padre, el abuelo, o el día que sea.

Sí, el dilema es: ¿¿¿¿exigir derechos no me hará perder privilegios???? ¿No irán a pensarla dos veces antes de comprarme el regalo este 10 de mayo y me comprarán una baratija en vez del centro de lavado de mis sueños? Vale la pena, seguramente. Imaginen a hombres menos machos, a niños menos machos, a hijas menos machistas, a todos pensando en que somos iguales y valemos lo mismo, queriéndonos, no por la cantidad de sacrificios que podemos hacer, sino porque las familias son para eso, para quererse, pues.

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