RECUERDOS
La memoria es el perro más estúpido.
Le avientas un palo y te trae cualquier cosa.
Ray Loriga. Tokio ya no nos quiere
Estoy sentada frente a la ventana de mi habitación. Desde aquí puedo ver los carros y la gente que pasa por la calle. Cada cosa me recuerda algo. Eso es bueno, creo. Hay dos hombres tratando de arrancar un pick up que se quedó parado justo en medio de la calle. Es una camioneta grande y no quiere encender. Uno de los dos se baja a empujar y el otro se queda adentro, pero no por mucho tiempo, porque uno solo no pudo moverlo ni un centímetro, así que entre los dos tratan de orillarlo, pero no pueden, a pesar de que ambos se ven corpulentos.
Recuerdo una vez en el boulevard, en que tú y yo íbamos a ver una película que acababan de estrenar en el cine y de repente, en un semáforo, el carro se apagó y no pudiste prenderlo. Te bajaste y comenzaste a maldecirlo, a tratar de quitarlo de la calle, mientras yo controlaba el volante, pero la calle estaba inclinada y tú no podías hacerlo. Te dije que podía bajarme a ayudarte, pero no quisiste. Traías la camisa gris que te regalé en nuestro último aniversario y el pantalón negro que no te gustaba porque se te notaba demasiado el trasero. Era mi pantalón favorito.
Yo insistía en bajarme pero te negabas. Un joven paró su carro detrás del nuestro y se ofreció a empujarnos. A unos cuantos metros finalmente prendió y esperamos a que nos alcanzara para darle las gracias. El joven era bastante guapo y cuando le di las gracias me sonrió de una manera muy coqueta.
Ya era tarde para la película pero aún así fuimos al cine. En lo que quedaba de camino no dijiste una sola palabra. Yo sabía que había sido por lo del chico aquel, pero por más que te pregunté no quisiste responderme. Esa fue la única vez que te vi celoso.
A lo lejos puedo ver un edificio de varios pisos. Hay un hombre en la ventana del octavo piso, que parece que amenaza con saltar. En realidad no sé si es un hombre o una mujer, sólo veo una figura en la cornisa y abajo, algunas personas curiosas que esperan con morbo que el sujeto se lance.
Sí. Fue la única vez que te vi celoso. Yo no entendía cómo yo me moría cada vez que te veía con otra mujer, y tú, siempre estabas tan seguro de ti mismo. Recuerdo cuando llegabas a casa y te sentabas desnudo a ver la tele, y en los anuncios te levantabas a la cocina a prepararte un sándwich o cualquier cosa y te paseabas desnudo por todo el apartamento. Yo te decía que siempre deberías de andar sin ropa, y es que en verdad me gustaba verte así.
Ya hay más de treinta personas al pie del edificio mirando al que está en la cornisa. Hay dos patrullas y los policías tratan de acercarse a él para convencerlo de que no se tire. Todavía no llegan ni las ambulancias ni los bomberos. No sé cómo se atreven a quitarse la vida de esa forma. Porque digo, si quieres irte al otro mundo, está muy bien, pero hacerlo tan público, me parece presuntuoso.
Quito la silla y me siento en el marco de la ventana con los pies de fuera. Nadie se amontona en la entrada de mi edificio porque sólo tiene dos pisos de altura. Nadie de suicidaría aquí.
Me gusta sentarme así. Es como cuando eres niño y estás enfermo y a pesar de eso tus papás deciden no cancelar las vacaciones. Mientras todos se divierten en la alberca, tú sólo te puedes conformar con meter los pies al agua para sentirte un poquito dentro de la diversión.
La memoria es el perro más estúpido.
Le avientas un palo y te trae cualquier cosa.
Ray Loriga. Tokio ya no nos quiere
Estoy sentada frente a la ventana de mi habitación. Desde aquí puedo ver los carros y la gente que pasa por la calle. Cada cosa me recuerda algo. Eso es bueno, creo. Hay dos hombres tratando de arrancar un pick up que se quedó parado justo en medio de la calle. Es una camioneta grande y no quiere encender. Uno de los dos se baja a empujar y el otro se queda adentro, pero no por mucho tiempo, porque uno solo no pudo moverlo ni un centímetro, así que entre los dos tratan de orillarlo, pero no pueden, a pesar de que ambos se ven corpulentos.
Recuerdo una vez en el boulevard, en que tú y yo íbamos a ver una película que acababan de estrenar en el cine y de repente, en un semáforo, el carro se apagó y no pudiste prenderlo. Te bajaste y comenzaste a maldecirlo, a tratar de quitarlo de la calle, mientras yo controlaba el volante, pero la calle estaba inclinada y tú no podías hacerlo. Te dije que podía bajarme a ayudarte, pero no quisiste. Traías la camisa gris que te regalé en nuestro último aniversario y el pantalón negro que no te gustaba porque se te notaba demasiado el trasero. Era mi pantalón favorito.
Yo insistía en bajarme pero te negabas. Un joven paró su carro detrás del nuestro y se ofreció a empujarnos. A unos cuantos metros finalmente prendió y esperamos a que nos alcanzara para darle las gracias. El joven era bastante guapo y cuando le di las gracias me sonrió de una manera muy coqueta.
Ya era tarde para la película pero aún así fuimos al cine. En lo que quedaba de camino no dijiste una sola palabra. Yo sabía que había sido por lo del chico aquel, pero por más que te pregunté no quisiste responderme. Esa fue la única vez que te vi celoso.
A lo lejos puedo ver un edificio de varios pisos. Hay un hombre en la ventana del octavo piso, que parece que amenaza con saltar. En realidad no sé si es un hombre o una mujer, sólo veo una figura en la cornisa y abajo, algunas personas curiosas que esperan con morbo que el sujeto se lance.
Sí. Fue la única vez que te vi celoso. Yo no entendía cómo yo me moría cada vez que te veía con otra mujer, y tú, siempre estabas tan seguro de ti mismo. Recuerdo cuando llegabas a casa y te sentabas desnudo a ver la tele, y en los anuncios te levantabas a la cocina a prepararte un sándwich o cualquier cosa y te paseabas desnudo por todo el apartamento. Yo te decía que siempre deberías de andar sin ropa, y es que en verdad me gustaba verte así.
Ya hay más de treinta personas al pie del edificio mirando al que está en la cornisa. Hay dos patrullas y los policías tratan de acercarse a él para convencerlo de que no se tire. Todavía no llegan ni las ambulancias ni los bomberos. No sé cómo se atreven a quitarse la vida de esa forma. Porque digo, si quieres irte al otro mundo, está muy bien, pero hacerlo tan público, me parece presuntuoso.
Quito la silla y me siento en el marco de la ventana con los pies de fuera. Nadie se amontona en la entrada de mi edificio porque sólo tiene dos pisos de altura. Nadie de suicidaría aquí.
Me gusta sentarme así. Es como cuando eres niño y estás enfermo y a pesar de eso tus papás deciden no cancelar las vacaciones. Mientras todos se divierten en la alberca, tú sólo te puedes conformar con meter los pies al agua para sentirte un poquito dentro de la diversión.
Junto a mí hay una maceta con unas flores blancas, que según me dicen, siempre son seis, pero yo las cuento de todas formas y efectivamente son seis. Tengo un recuerdo con unas flores blancas así. Creo que fue un día en que estaba triste no sé por qué, llegaste por detrás y me abrazaste, como siempre solías hacerlo. Me diste una flor blanca. Me dijiste que siempre que me sintiera triste tú me ibas a traer una igual, pero que yo tenía que prometerte que me iba a sentir mejor, y sobre todo, que debía recordarte siempre.
Yo te dije que las cosas siempre se acaban y se olvidan. Tú dijiste que con nuestro amor no pasaría ninguna de las dos y que si tú estarías siempre a mi lado, yo debía estar junto a ti.
El recuerdo era algo así. Ya no sé bien.
Desde aquí donde estoy veo la calle. Hay dos hombres afuera de un carro que está en medio de la calle y uno de ellos patea furiosamente la llanta y el otro parece muy apenado.
Alguien abre la puerta de mi cuarto y deja unas cosas en la mesa. Me saluda con la mano mientras saca unas frutas de las bolsas que traía y me dice algo, pero yo no le pongo atención porque me distrae el ruido de unas ambulancias que están en un edificio alto cerca del mío. Mucha gente se amontona alrededor del lugar. Unos paramédicos suben a una persona a una camilla, un hombre o mujer, no sé, que estaba tendido en la acera. Toda la gente trata de saber lo que pasa. Yo también quisiera saberlo.
El hombre que entró hace rato se me acerca por atrás y me abraza. Yo siento extraño porque no sé si lo conozco. Me da una flor blanca. Al verla se me viene algo a la mente. Parece, por un momento, que recuerdo algo, pero luego, esa vaga imagen del pasado simplemente desaparece.
Yo te dije que las cosas siempre se acaban y se olvidan. Tú dijiste que con nuestro amor no pasaría ninguna de las dos y que si tú estarías siempre a mi lado, yo debía estar junto a ti.
El recuerdo era algo así. Ya no sé bien.
Desde aquí donde estoy veo la calle. Hay dos hombres afuera de un carro que está en medio de la calle y uno de ellos patea furiosamente la llanta y el otro parece muy apenado.
Alguien abre la puerta de mi cuarto y deja unas cosas en la mesa. Me saluda con la mano mientras saca unas frutas de las bolsas que traía y me dice algo, pero yo no le pongo atención porque me distrae el ruido de unas ambulancias que están en un edificio alto cerca del mío. Mucha gente se amontona alrededor del lugar. Unos paramédicos suben a una persona a una camilla, un hombre o mujer, no sé, que estaba tendido en la acera. Toda la gente trata de saber lo que pasa. Yo también quisiera saberlo.
El hombre que entró hace rato se me acerca por atrás y me abraza. Yo siento extraño porque no sé si lo conozco. Me da una flor blanca. Al verla se me viene algo a la mente. Parece, por un momento, que recuerdo algo, pero luego, esa vaga imagen del pasado simplemente desaparece.
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