Cuando Michelle consiguió la pistola eléctrica no se imaginó que con ella mataría a su hijastra y su vida cambiaría de manera radical. Lucía, su vecina de enfrente, le había platicado que por lo menos tres de las casas cercanas habían sido robadas en lo que iba del año. Ni las bardas, ni las rejas, ni siquiera las alarmas habían evitado los atracos. A Marcia Oropeza le había ido bien: sólo alcanzaron a sacar dos laptops, algo de ropa, dinero y un DVD. A Marcela literalmente le vaciaron la casa. Llegaron en un camión, rompieron el cerrojo, echaron todo arriba, hasta los tapetes, y se fueron. Algunos vecinos los vieron, pero no imaginaron que a las once de la mañana robarían con tanta desfachatez. La casa de Michelle olía a nueva. Desde el refrigerador hasta las sábanas se desempacaron apenas seis meses antes. Escogió un mobiliario moderno, casi minimalista, en colores blanco y chocolate. Encargó los cuadros a una pintora francesa que conoció por casualidad. Tenía una cocina enorme y...
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